domingo, 28 de abril de 2013

Prologo IV - Misterios en el bosque

Seirhan llevaba un mes desaparecido, así que iban a salir, cuando apareció arrastrando una gran espada; era grande, casi de la altura de Seirhan y bastante ancha, de un color oro apagado, con rombos rojos y morado en la empuñadura y una especie de paleta como guarda, en la que llevaba una cola de zorro. Solo ver la espada algún niño y unos cuantos adultos quisieron golpearle por ese pelo, ya que el zorro era el animal sagrado de ese bosque. Pero en ese instante el herrero fue hacia su hijo y cogió junto con él la espada, que extrañamente era ligera, haciendo que todos los demás se fuesen sin mirarlos siquiera; mientras iban a la herrería pensó que era imposible que no pudiese con ella, pues había visto que tenia en algunas ocasiones más fuerza que él. Cuando llegaron el herrero dejo la espada en el salón al no confiar en lo que hiciesen los demás si la veían, cuando estaban poniéndola en una repisa de la chimenea, Seirhan perdió el conocimiento...


No se puede decir que tuviese fiebre, pues no la tuvo, tampoco que sería cansancio, pues no era eso lo que le debilitaba; simplemente estuvo enfermo y nadie sabía porque era. La razón se había perdido hace mucho tiempo pues se habían perdido tanto los nombres verdaderos como buscar su significado y justamente era lo que había hecho Seirhan durante casi todo el tiempo; cuando ya supo su significado no estaba preparado para aceptarlo y eso le atormento.
Llamaron a todos los curanderos a menos de cuatro días de distancia, algunos aldeanos pensaron que fue porque había matado a un zorro, otros que se había agotado al traer la espada, pero ninguno vio porque podría ser; la espada, tal y como había visto el herrero era ligera, así que eso no le debilito, pero algo en el bosque si lo hizo. Una noche, que Lygtin estaba cuidándolo, estuvo susurrando y estas fueron las palabras que pronuncio:

  • Veo que vuelves al bosque, joven Seirhan.
  • ¿Nos conocemos?
  • Tu a mi no, pero llevo protegiéndote casi 16 años. Desde el día que el castillo Engrith ardió hasta sus cimientos
  • ¿Por qué? — no lo entendía, era un simple humano, no debería protegerle un ser sagrado.
  • Cumpliendo una promesa a mi compañera, la cual murió antes de poder llevarte a la aldea.
  • No me parece lógico que muriese. Ella era...
  • A mi tampoco, pero lo hizo y también me pidió que cuidase algo hasta que vinieses a esta caverna. Por aquí esta.
  • Estuvo varios minutos respirando entrecortadamente, pero finalmente volvió a susurrar con la voz del ser que le estaba conduciendo.
    • Ves ese tronco, me dijo que sabrías darle forma.
    • No sé dársela, mi padre me enseño a trabajar el metal, no la madera.
    • Te doy tres días, después de eso cerrare esta gruta y te quedaras dentro para siempre.
    Pero en ese momento se durmió completamente, por primera vez desde que había venido del bosque hacía veinte días. Lygtin incluso estuvo tentada de coger la espada del salón y traerla al cuarto, pero decidió que era mejor cuidar un poco mas de él y que quizás era la espada la que le debilitaba. Al despertar Ana fue a ver como estaba y le descubrió dormido, preguntándole con la mirada que había hecho, pero Lygtin negó la cabeza, pues ella no había hecho nada.
    Cuatro días después del sueño Seirhan se levanto. Durante esos días había estado completamente dormido y se encontraba algo débil y estuvo rememorando lo que había pronunciado: el zorro había vuelto a ayudarle haciendo que se centrase en el encuentro que sucedió el día que se fue al bosque, no en lo que pidió después; ni siquiera tenía conciencia de que había pedido y no le importaba. Lo único que recordaba tras eso era lo que el zorro había dicho en una conversación:
  • Cada familia, al menos las siguen los dictados de los animales sagrados en el continente, tiene una percepción de lo que será su criatura y algunas le ponen el nombre de su alma para referirse a ellos.
  • ¿Mis padres saben lo que seré al final de mis días?
  • No — dicho rotundamente, no había genero de duda en esa palabra — Saben que tu nombre del alma sera Seirhan, pero lo que estés destinado a hacer solo lo sabrás tu y las personas a las que se lo digas si es que alguna vez lo descubres.

Sabía que algo en esas palabras le había hecho plantearse una cuestión que ahora no se le antojaba descubrir, todo lo contrario. Ni siquiera se dio cuenta que sus pasos le habían llevado a la chimenea, donde miro la espada que había hecho. Toco los pelos de zorra, pues estaba seguro que eran eso, pero dejo que se quedará allí; no quería cogerla antes de tiempo y en ese instante parecía eso. Camino el resto de la tarde — aunque quedaba poco, algo más de una hora — por toda la casa, ayudando en aquello que no requería mucha fuerza pues se notaba todavía débil.
Al día siguiente estaba levantando temprano, como solía hacer antes de desaparecer, pero en esa ocasión no fue a la herrería, como solía hacerlo desde que había venido Lygtin. El herrero lo noto, pero no dijo nada, sabía que no volvería a ayudarle tal y como había hecho antes de la enfermedad, aunque no se sintió triste por ello.


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